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Quebranto

Los fanales coloniales son campanas de cristal que exponen y a la vez protegen composiciones intrincadas hechas con delicadas figuras. Estos objetos conservados resisten el paso del tiempo, como inmóviles formas que desafían su propia fragilidad.

Con ese concepto en mente, fabrico escenas distanciadas (a modo de diorama), que subvierten el sentido de la cúpula protectora y evidencian la fragilidad intrínseca del material. Los objetos agrupados coexisten en el mundo de la cúpula formando un ecosistema propio, aparentemente resguardados de los peligros del exterior.

 

A diferencia de lo expuesto en los fanales, mis composiciones toman un objeto cotidiano como punto de partida. El juego de té, tazas, platos y jarras de porcelana, se heredan de generación en generación cargados de un sentido del deber ser. La taza evoca situaciones sociales y también habla de la intimidad familiar, del día a día, del inevitable transcurrir del tiempo. 
Sin embargo, la porcelana es un material que históricamente se relaciona con lo delicado. Aparece aquí una forma nueva, vacía y débil, que dibuja inútilmente su función original. El miedo a la fragilidad, a conservar la forma a pesar de las estructuras erosionadas y deficientes, es una reflexión personal sobre enfrentar el dolor, tratando de mantener el control sobre lo que nos rodea.

El proceso de fabricación de estas piezas es en sí un constante riesgo de destrucción. Comenzando con un molde de yeso, la porcelana líquida se vierte en su interior hasta llenarlo. Una fina capa se adhiere al molde hasta lograr el espesor deseado en una forma blanda y delicada. Al secar se desprende del yeso y queda difícilmente en pie una pieza de consistencia tizosa con excedentes propios del proceso de moldaje. Se traslada suavemente al horno, se enfría, se esmalta y luego se traslada una vez más al horno para la quema final. Cada proceso va endureciendo la pasta sin embargo el trabajar con esa delgadez implica estar siempre al borde de la ruina. En cada manipulación la pieza sufre, adquiriendo una memoria visual de su proceso productivo guardando y exhibiendo las cicatrices de cada error.

Las réplicas guardan los rastros de su original y del molde al que le deben su forma. El objeto final es siempre una copia, un sustituto. Sin embargo la réplica nace como un objeto distinto que tiene sus propias características. Sin importar que sus bordes se tornen afilados, la forma reproducida continúa en pie (muerta, tal vez) con sus fallas y sus huesos a la vista, haciéndonos testigos de su constante decadencia.